jueves, 2 de julio de 2009

La reforma universitaria de la UNAH tuvo un acento centroamericano.


Jorge Arturo Reina era, por ese entonces, uno de los principales líderes estudiantiles. Después, de 1973 a 1979, durante dos períodos, sería Rector de la UNAH, habiendo enriquecido su experiencia académica en Costa Rica y El Salvador. Su obra, en dos tomos “Historia de la UNAH en su época Autónoma” recoge parte de este proceso y de sus experiencias y da cuenta de esa sensibilidad peculiar propia de cuantos se comprometieron con la institución de manera vital, teniendo en la Universidad algo más que un simple lugar de trabajo.

En el prólogo de esta obra profesa confiesa “Es muy difícil verter en el papel lo que uno lleva en el espíritu. La UNAH la llevo en la mente, en el corazón y en el alma. En ella aprendí a luchar por lo que aspiro; a pensar lo que pienso y amar lo que amo. En ella conocí el rigor del estudio y la alegría de los años mozos”. Es conveniente comprender esta sensibilidad, para adentrarse en las luchas universitarias; en una carta de 1959 a su novia y luego esposa le escribe Jorge Arturo: “En nuestro amor tendrás, eso sí, una rival: la UNAH; es una rival que llevo muy dentro, pero que no es de carne y hueso”.

El Rector Reina considera que “conquistar la autonomía fue difícil, pero transformar la Universidad mucho más”. Si la autonomía se hubiera obtenido gracias a una concesión oficial, y con esto la universidad hubiera experimentado un cambio funcional que la descentralizaba, al estilo de otras entidades, como sucedió con la Empresa Nacional de Energía Eléctrica o la de Telecomunicaciones, hubiera continuado siendo un apéndice del gobierno bajo un régimen especial. Pero, y esto aconteció en toda Latinoamérica, a la autonomía por la que había luchado el movimiento estudiantil. Tenía que sucederle una profunda reforma de la institución. El movimiento estudiantil universitario, del cual fue líder Jorge Arturo Reina, se denominaba, precisamente, Frente de Reforma Universitaria (FRU).

El término “reforma” estaba en el ambiente. Se hablaba, genéricamente, de “reforma educativa” y sobre todo de “reforma agraria”, una toma de la riqueza agrícola por la masa campesina y al no ser así muchos revolucionarios radicales criticaban la supuesta limitación de este concepto como objeto político. La reforma agraria, al contario de una toma de poder, vendría a ser más bien un proceso dirigido por el Estado, un Estado al que las demandas y la beligerancia del pueblo estaban obligando a trasponer, ya en la segunda mitad del siglo XX en Centroamérica, el estrecho liberalismo del siglo XIX con sus lemas de dejar hacer y dejar pasar, o de una supuesta igualdad ente la ley, proponiendo únicamente un buen marco jurídico favorable a los individuos para que pudieran realizarse con éxito.
Se ponía como ejemplo el proceso de reforma agraria producido por la revolución mexicana y conducida por el gobierno mexicano del PRI. Se establecían las bases, en Honduras a partir del gobierno de Juan Manuel Gálvez, del desarrollismo estatal, gobiernos dentro del marco capitalista de respeto a la propiedad privada pero con una fuerte iniciativa del Estado, para promover e intervenir en el sector económico y social e introducir cambios sustanciales en la realidad tan atrasada de estos pueblos; se trataba de modernizarlos, de conducirlos hacia el paradigma de la industrialización.
Esta tendencia oficial, lógicamente, avivaba los intereses y las exigencias populares que a través de diversos movimientos y organizaciones reclamaba participar y no solo ser espectador del proceso. En el gobierno liberal de Ramón Villeda Morales pueden verse conflictos populares e iniciativas estatales dándose la mano; por ejemplo: las masivas manifestaciones magisteriales que arrancaron de dicho gobierno el derecho para los maestros a convertirse en gremios profesionales: la entrega, ese mismo año, en el Estadio Nacional, por parte del Presidente a las asociaciones campesinas del texto recién aprobado por el Congreso, de la primera ley de Reforma Agraria.
Este tema de la reforma agraria fue muy espinosos en Guatemala y el trasfondo real para que la CIA, el Departamento de Estado y la United Fruit Comapany organizaran desde honduras a un pequeño contingente de exiliados que derrocaron al gobierno de Jacobo Árbenz Guzmán, en momentos en que sus leyes agrarias estaban afectando terrenos que habían sido otorgados en concesión a la mencionada compañía bananera. Hablar de “reforma”, aunque no se hablara de “revolución”, tanto en educación como en economía, (hablar por ejemplo, de una “reforma tributaria”) suponía un sesgo favorecedor de las mayorías, en detrimento del inveterado poder de los grupos oligárquicos.

La reforma universitaria tuvo acento centroamericano. El Consejo Superior Universitario Centroamericano (CSUCA) sirvió de caja de resonancia. Fue el CSUCA, fundado en 1948, el primer organismo regional del istmo, antes de que se iniciara el proyecto integrador del Mercado Común Centroamericano.
Para dicho año solo las Universidades de San Carlos de Guatemala y de Costa Rica eran autónomas. Ambas actuaron como polos a favor de la autonomía, con una tendencia más política la de San Carlos, auspiciada por los gobiernos de la llamada revolución de 1944, primero Juan José Arévalo, sucedido por el de Árbenz Guzmán; una tendencia más académica la de Costa Rica, adonde uno de sus teóricos fue Rodrigo Facio, que era a su vez uno de los principales intelectuales del Partido Liberación Nacional, llegado al poder en 1948, con la revolución promovida por José Figueres.
En la sede del CSUCA, en San José, se daban cita los académicos e intelectuales de la región para no sólo acuerpar la reforma, sino para darle un sentido de uniformidad y fuerza regional, insistiendo en su carácter democratizador e innovador.

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