jueves, 2 de julio de 2009

Encuentros de la comunidad universitaria durante la reforma de la UNAH.



La UNAH fue pionera en utilizar mecanismos de democracia participativa, tan promovidos hoy en día. En efecto, además de sus órganos de gobierno integrados por representantes electos, convocó los denominados Encuentros de la Comunidad Universitaria que tuvieron lugar en 1974, 1981, y 1988.

Al primero de estos encuentros concurrieron los miembros de la comunidad universitaria: autoridades académicas y administrativas, estudiantes, docentes y trabajadores sindicalizados; ya en el segundo, además de la amplia participación interna se contó con representantes de todas las universidades nacionales de Centro América y Panamá, delegados de los sectores organizados de obreros y campesinos, partidos políticos, intelectuales y otros sectores de interés; mientras que al III Encuentro concurrieron 308 delegados propietarios y 127 observadores de la UNAH, 11 conferencistas internacionales y 22 de instituciones invitadas.
El tema general del Primer Encuentro fue el de definir la misión de la universidad. Hubo consenso en que no era otra sino la de contribuir a la transformación de la sociedad hondureña. Esta fórmula ya había sido introducida al momento de reformar la Carta Fundamental del CSUCA, en 1971, a instancias de la UNAH Contribuir a la transformación de la sociedad es la obligación actualmente establecida en la Constitución de la República de 1982, adonde aún se concreta más pues le fija la tarea de programar dicha contribución, o sea obligarse a cumplir metas en tal sentido.

En los años 70, sin embargo, esta fórmula distaba de tener universal acogida. Para el sector radical de la izquierda, dentro y fuera de la universidad, significaba un compromiso demasiado tímido. El contexto intelectual y la acción de diversos grupos de izquierda eran pro-revolucionarios, no reformistas. En ciertos medios universitarios latinoamericanos se había considerado a las universidades públicas como vanguardias de la revolución. Abundaban los manifiestos, en muchas universidades, alentando, inclusive, la lucha armada.

El concepto de “contribuir” a la transformación social resultaba, pues, algo irrisorio. Pero la fórmula tampoco le fue simpática a la derecha. Hoy es moneda corriente, y esto de encaminar el país a su transformación es anhelo que puede ser suscrito por burócratas, empresarios o militares. En aquellos momentos, cuando comenzaba en firme la lucha contra la dictadura de Somoza en Nicaragua y la derecha centroamericana se escudaba en Estados Unidos para no perder sus privilegios, transformar la sociedad era misión que podía esconder propósitos subversivos, intensiones de lesionar los intereses de los ricos y poderosos.

Los participantes en el Primer Encuentro reflexionaron con sensatez: No era la tarea de la universidad “hacer” la revolución ni vivir entre denuncias y manifestaciones callejeras; pero tampoco podía vivir de espaldas a las necesidades del pueblo. Tenía que acompañar a las organizaciones populares en su lucha.

Para poder transformar la sociedad era preciso conocerla. Y el preciso análisis de sus problemas, tanto como el planteamiento de dichos problemas que pudiera conducir a soluciones adecuadas tenía que provenir de un conocimiento científico de la realidad. No de cualquier tipo de conocimiento. Y para partir de ese conocimiento científico de la realidad social, base de su transformación, la universidad era insustituible.

Las conclusiones de este Primer Encuentro podrían resumirse, de conformidad con sus propios textos, así:
“La universidad debe proponerse como objetivo fundamental de acción el contribuir a la transformación de la sociedad. Los objetivos tradicionales: formación de profesionales, conservación y difusión de la cultura, labores de investigación científica, de desarrollo tecnológico, sólo se justifican en la medida que cumplan con el objetivo principal…La universidad es conciente de sus límites: el hombre nuevo, la nueva sociedad que surja, será la obra de los sectores mayoritarios de la población, protagonista que no podrá ser sustituido por ningún otro sector.
La universidad no puede dejar de contribuir al proceso de transformación, pero tampoco debe pretender convertirse en la fuerza determinante del mismo”.
“si nos comprometemos a contribuir a la transformación social…tenemos que conocer previamente la realidad que se quiere transformar. De partida, es evidente la necesidad diseñe los mecanismos adecuados para conocer a fondo la realidad. Este conocimiento ha de conseguirse mediante una actividad permanente, sistemática, rigurosamente científica, pluridisciplinaria, en íntimo contacto con la misma realidad”.

La incorporación de este principio transformador a la Constitución de la República le ha limitado su inclinación ideológica de izquierda, al momento de su formulación, evidenciada en giros de lenguaje abusivos a una determinada concepción, al establecerse que “La acción universitaria no es un fin en sí, sino medio para la transformación revolucionaria de la sociedad”.

El segundo encuentro de la comunidad universitaria tuvo lugar en 1981, durante la Rectoría del doctor Juan Almendares. El tema fue el de las relaciones de la universidad con su entorno. Deliberar sobre su tarea de cara a las organizaciones populares, a partir de la misión encomendada durante el primer encuentro, o sea “programar” (como luego le exigiría la Constitución de 1982) su participación en la transformación de la sociedad, resultaba hasta agradable para la UNAH, que desde 1969 era rectorada por los frentes estudiantiles y catedráticos de izquierda. Sin embargo, se juzgaba que la actividad de vinculación con las organizaciones populares tenía que “ser más orientada y agresiva…superando la concepción asistencialista”, “La comunidad universitaria debe ampliar y fortalecer sus vínculos con los sectores populares en un plano de compenetración mutua y acción conjunta hacia la concientización y la transformación de las condiciones de vida de los grupos marginados”. Era en suma “una opción de clase” reconociendo que “objetivamente es difícil hacer la universidad del pueblo, pero, si es posible llegar al pueblo y nutrirse de él”.

Más espinoso era el terreno para fijar sus relaciones, su actitud, hacia el Estado y los poderes públicos, el Ejército, por ejemplo, o hacia la empresa privada. La universidad es una institución “del Estado”, de carácter público pero descentralizada y autónoma. Dado que debía dirigir y desarrollar, en exclusiva, la educación superior, se había acuñado el concepto de que la UNAH era equivalente a un Ministerio de Educación en el nivel superior y profesional. Por otra parte, se consideraba a los gobiernos de esta sociedad burguesa y dependiente, como expresión de los intereses de la clase dominante y de la política imperial de los Estados Unidos. Siendo así, era un escollo para la liberación de las clases populares y para un desarrollo a favor de los más necesitados.

La autonomía fue propuesta en diversas ocasiones como extra-territorialidad. La universidad era un santuario de libertad. Aunque no existían prohibiciones expresas, a la fuerza pública, en muchas universidades latinoamericanas, le estaba vedado el ingreso a los predios universitarios. Sin embargo, en Honduras, con el sector del gobierno que la UNAH mantenía, desde la rectoría de Jorge Arturo Reina, sus mejores relaciones era con el Ejército.
Había un convenio (1977) para la prestación de servicios académicos por parte de la universidad a diferentes unidades de las Fuerzas Armadas, incluida la Policía que entonces era parte de las mismas.
Para evitar conflictos, sin embargo, los catedráticos de la UNAH iban a las instalaciones militares a enseñar y no eran los uniformados quienes concurrían a las aulas del campus universitario. Además, con ocasión del golpe militar incruento de las Fuerzas Armadas, en 1972, al gobierno bipartito (esto es apoyado por los dos grandes partidos tradicionales, el Nacional y el Liberal) del doctor Ramón Ernesto Cruz, la UNAH público un manifiesto de apoyo a favor de los militares sobre la base de que su Jefe de Estado, general Oswaldo López Arellano, le había dado a su gobierno una tónica populista.

Había, por ejemplo, definido como quehacer fundamentalmente del gobierno de las Fuerzas Armadas realizar la reforma agraria, que desde los tiempos de Villeda Morales, prácticamente no había pasado del papel, mientras la agitación campesina conmocionaba a Honduras, al principio de la década de los 70, de uno a otro confín. Pero a pesar de estos contactos con el ejército no había calado una mutua simpatía entre la academia y el sector oficial, y en términos globales, la universidad se encontraba en una verdadera encrucijada como parte de un Estado cuya forma de gobernar no compartía.

Ante la prevaleciente actitud de desconfianza gubernamental, a veces de hostigamiento y de retardos de las aportaciones estatales al presupuesto de la universidad, la opinión surgida del Segundo Encuentro fue bastante sensata: “Se supondría que ante esta actitud nuestra Primera Casa de Estudios debería reducir al mínimo sus relaciones con el gobierno.
Pero la UNAH debe resistir la tentación de suponerse una isla dentro del sistema estatal. Conforme a la ley y por el respaldo de los sectores mayoritarios que apoyan la conquista de la autonomía, la UNAH debe atreverse a ejercer todas las facultades que le competen. Su aislamiento la mantendría en una situación muy precaria. Debe por lo tanto clarificar su posición frente el gobierno, y exigir de éste más respeto y, sin claudicar en sus principios participar en todas las tareas estatales en que su aporte sea necesario”.

Con la empresa privada, las relaciones de la UNAH eran más problemáticas. Había disparidad de criterios en cuanto a formas de pensar y de actuar entre capitalismo dependiente y una academia que colocaba su norte en formas liberadas de la dependencia fueran populistas, socialistas o comunistas. En 1978, la Junta Militar de Gobierno, emitió la Ley de Universidades Particulares, que allanó el camino para la fundación de la primera de ellas, la universidad José Cecilio del Valle. La UNAH protestó este hecho como una clara violación a su autonomía y a su facultad exclusiva de dirigir el nivel superior.
Desconfianza y temor alberga el sector privado frente al populismo militar, que además de alentar la reforma agraria y la creación de empresas asociativas campesinas, había promulgado una ley de salario mínimo y organizado almacenes estatales para la venta de productos de la canasta básica familiar, cuyos precios estaban controlados por el estado. Pero el doblar 1980, las cosas parecían mejorar para los empresarios.

Los militares ya manifestaban su intención de regresar a los cuarteles, convocar elecciones y devolver el poder a los partidos tradicionales, Ronald Reagan gobernaba en Estados Unidos y le había declarado una guerra frontal al gobierno sandinista de Nicaragua, de filiación marxista y que había, en 1979, desplazado a la dinastía de Somoza del poder. En Europa y Estados Unidos o desde los organismos internacionales de financiamiento se comenzaba a impulsar con fuerza una economía neoliberal antipopulista. La hora de terminar con los sueños revolucionarios o reformistas se vislumbraba cercana.

En sus relaciones con la empresa privada, el Segundo Encuentro se manifestó más partidario del trabajador que del capital, y como secuencias positivas se manifestó dispuesto a apoyar a la mediana y pequeña empresa y a la formación de técnicos:
“La UNAH debe realizar un amplio estudio sobre la actividad empresarial, para detectar la dependencia tecnológica, la subutilización de la capacidad instalada, los precios inflados que se traducen en superganancias y denunciar los malos tratos, la falta de medidas de seguridad que violan las garantías legales laborales y lesionan la salud y seguridad de los trabajadores. Estos podrían utilizar dicho estudio para fortalecer sus luchas reivindicativas y exigir del Gobierno las sanciones contra las empresas que irrespetan los derechos laborales.
La UNAH en general y su Centro de Investigación Industrial en especial, debe dar apoyo a la mediana y pequeña empresa, fundamentalmente a la cooperativa familiar…la UNAH debe dedicarse a la formación de técnicos con visión crítica y compromiso social. Y concluye este párrafo de consideraciones, marcando su distancia “con la empresa privada (la universidad) debe excluir cualquier claudicación con los principios de la comunidad universitaria”.

El III Encuentro de la Comunidad Universitaria se llevó a cabo en 1988. Su tema general fue el de la excelencia académica. Si bien este Encuentro se consideraba prolongación de los anteriores, la situación interna y externa había cambiado. La UNAH, según los promotores del mismo, había definido su misión y sus relaciones con el entorno, en los encuentros anteriores, ahora le tocaba volver los ojos a su propia realidad. Entre otras cosas porque los tiempos no estaban para políticas sociales, por parte de la institución, adonde, desde 1982, la derecha había retomado el poder.

Con la vuelta al orden constitucional no sólo habían ganado vigencia las medidas neoliberales, sino que Honduras fue convertida por Estados Unidos en un bastión anticomunista para luchar contra el sandinismo nicaragüense y contra los movimientos guerrilleros de El Salvador y Guatemala. Para cumplir este cometido, se organizó una base militar norteamericana en Palmerola, valle de Comayagua, y se reprimió y controló duramente a la izquierda hondureña. La UNAH puso también víctimas en esta aplicación de la llamada Doctrina de Seguridad Nacional, elevada por el gobierno del presidente Roberto Suazo Córdova a política de Estado; un líder sindical universitario, Félix Martínez, y un estudiante, presidente de la FEUH, Edgardo Lanza, figuraron entre los asesinados.

Debatir, pues, en este encuentro, sobre excelencia académica y ceñirse al interior de la institución, dadas las tendencias políticas de los nuevos gobiernos universitarios y de la situación imperante en el país era lo previsible. Pero cabe reconocer que volver los ojos hacia la propia realidad de la institución y proclamar como necesidad la excelencia académica tenía, a su vez, sentido como una forma de enfrentar lo que ya todo mundo, por varios años, venía mencionando como la “crisis” de la universidad. El deterioro académico era evidente, el manejo de sus finanzas con poca trasparencia, su prestigio social con índices muy bajos. Objetivamente esto era cierto, pero y muy a propósito, el sector de la empresa privada ligado a los medios de comunicación se encargaba de exagerar la nota, entre otra razones para presentar esta crisis negativa de la universidad como un contraste con la atribuida mejor calidad de las universidades privadas que estaban surgiendo.

El título completo del III Encuentro fue: “Formación Profesional con Excelencia Académica”. La UNAH decidía retornar a sus funciones más elementales y dejarse de compromisos socio-políticos. Y es que se le achacaba que ni siquiera estaba cumpliendo mínimamente con aquella función elemental ya que sus graduados dejaban mucho que desear. Poco podía ofrecer, entonces, desde esa plataforma, al proceso de transformación social.

El menú de la problemática interna por analizar en el encuentro cubría todo el quehacer de la institución: Filosofía educativa, Desarrollo Curricular Actualizado, los Estudiantes y la Excelencia Académica, los profesores y la Excelencia Académica, Investigación, Extensión y Docencia en el proceso formativo, los Estudios de Postgrado, la Educación a Distancia y la Administración Universitaria como Apoyo a la Excelencia Académica. Con un techo algo distante de las conclusiones de los encuentros anteriores, esta temática relacionaba este tercer encuentro con el Plan de Desarrollo auspiciado por el Rector Ramos Soto y, en sucesión futura, con diagnósticos y análisis situacionales que irían conduciendo hasta los planteamientos de la IV Reforma Universitaria.

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