En muchos discursos políticos o descripciones históricas, en Honduras, damos en presentar espejismos. Al estilo europeo, nos parece asistir a grandes masas revolucionarias en acción, militares con uniformes entorchados, debates parlamentarios en suntuosos palacios, muy en contraste con nuestra realidad hondureña de muy pequeñas ciudades, antes de la segunda mitad del siglo XX, con edificaciones públicas más bien humildes de trazas pueblerinas y rurales.
Esto puede venir a cuento con la Universidad, todavía en 1957, cuando alcanzó su autonomía. Muchas descripciones toman al pie de la letra el Manifiesto de Córdoba, origen del movimiento, y ya que esta Universidad provenía de un colegio jesuita colonial, guardaba en su funcionamiento muchos elementos de las viejas universidades eclesiásticas.
Entonces repetimos, en honduras, que la autonomía se hizo para ponerle fin a la enseñanza “escolástica” y a la tiranía de los falsos doctores de los claustros. Si hubo algún momento que asemejara a nuestra universidad con un establecimiento escolástico se redujo al período entre 1847-1882, bajo la inspiración conductora del Padre Reyes, su primer rector. Y aún puede dudarse que en el escolasticismo propiamente dicho se practicara entonces. Con la reforma introducida por el gobierno de Marco Aurelio Soto, en 1882, el espíritu de la universidad pasó de religioso a laico y positivista, magistralmente caracterizado por el ministro reformador, Ramón sosa, en su “Discurso de Apertura de la Universidad Central de Honduras”.
Pero lo que más aleja a la universidad de honduras, en vísperas de su autonomía, del retrato pintado en córdoba y muchas veces repetido sin ulterior análisis u observación de la realidad nacional, son las dimensiones que tenía aquella institución universitaria. Los discursos podrán hablarnos de una universidad integrada en un cónclave tradicional de muy serios catedráticos togados mascullando en latín y sojuzgando con su arbitrariedad a una bullente población estudiantil, llena de ideales modernizadores. Eso en los discursos.
La realidad es que esa confrontación no se daba en el seno de la institución. Conquistar la autonomía fue tarea difícil, dice el Rector Reina, más difícil iba a ser reformar la Universidad, adonde reformar no era darle vuelta a la organización o alas tendencias filosóficas de la institución, reformar era, prácticamente, crear la institución.
Porque apenas existía la academia. En sentido estricto, no podía haber academia allí donde no había académicos. Ni siquiera el rector o os Decanos trabajaban a tiempo completo para la universidad. Todos los docentes eran docentes por hora. Abogados, médicos, ingenieros que se dedicaban al ejercicio privado de su profesión o que trabajaban para el sector público y que le concedían una hora de su tiempo diario de la honrosa actividad de ir a servir esa hora al aula universitaria, para impartir su sabiduría a la muy exigua población estudiantil de entonces.
La universidad apenas tenía 1112 estudiantes en 1957, ningún docente real en su seno muy limitado cuerpo administrativo, en el que destacaba la secretaría de la facultad, que era quien llevaba los registros de matrícula y calificaciones. Debido a esto, en la Ley Orgánica de 1957 y en la costumbre institucionalizada posteriormente se habló siempre, en la composición de los organismos de gobierno, del sector estudiantil y del sector profesional, no del sector docente, que es lo propio de una academia del nivel superior; ya que se trataba de profesionales ocasionalmente al servicio de la docencia universitaria.
Era una Universidad de estudiantes. La participación política de los estudiantes, bulliciosa, beligerante contra el gobierno establecido explica en gran medida la paridad estudiantil, el que hubieran obtenido un cincuenta por ciento de la representación destinada a regir la universidad autónoma. En la misma sociedad no se entendía lo que era ser un docente universitario porque nunca había existido en propiedad. Esa ausencia de docentes y hasta de autoridades a tiempo permanente también explica la paridad. Más que hubieran pedido. Carecían de interlocutores.
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